Elena Jaime - Adriana Agrelo

domingo, 7 de agosto de 2005

Viajes y Literatura - Un texto de Adela Basch


VIAJES Y LIBROS

Una vez leí un libro muy interesante y muy peculiar. Su principal peculiaridad es que su existencia nunca se pudo comprobar. Sea como sea, leí en ese libro que en determinadas circunstancias nos encontramos con dos o más palabras vinculadas entre sí por una notable relación de coherencia que une el mundo de las cosas con el de los sonidos. Tal es el caso del nombre Patricia o Patricio cuando los porta una persona que vive en el barrio de Parque Patricios. O el de una balsa construida con madera balsa. O el de una barra de manteca envuelta en papel manteca.
Desde nuestra gran ignorancia humana – es tanto lo que desconocemos - y también desde cierto candor o inocencia – propios de los niños y de su universo, que incluye los libros y la lectura que hacen de ellos - podríamos decir que hay una relación de naturalidad en estos casos. ¿En qué barrio es natural que vivan patricia o patricio sino en Parque Patricios? ¿Con qué se va a construir una balsa si no con madera balsa? ¿Con qué se va a envolver una barra de manteca si no con papel manteca?
Una vez le pregunté a una nena cómo se llamaba. Y me dijo: -Malena, ¿cómo querés que me llame? Para ella era totalmente natural que se llamara como se llamaba.
Tal vez alguien se esté preguntando qué tiene esto que ver con el tema que hoy nos convoca, “Los viajes en los libros de la literatura infantil y juvenil”. Desde mi punto de vista, entre los viajes y la literatura existe la misma relación que mencioné antes entre llamarse Patricia o Patricio y vivir en Parque Patricios.
La literatura es por sí misma un viaje. Y para ser sumamente original voy a decir que es un viaje de ida. Para hacer el viaje de vuelta, una vez terminado un libro habría que volver a leerlo pero de atrás hacia adelante. O como dijo alguien alguna vez, leerlo traducido al hebreo o al árabe, lenguas en que se escribe de derecha a izquierda y no de izquierda a derecha como en la nuestra y en la que la tapa del libro se ubica donde para nosotros está la contratapa.
Un viaje supone un partir, un punto de partida. Partir es en primer lugar, romper, quebrar. Para que la relación se nos vuelva insoslayable, podemos pensar en el sustantivo parto, obviamente emparentado con partir y que deja ver que algo se rompe, en este caso la bolsa, para dar lugar a un nacimiento.
Partir, viajar, significa dejar el lugar en que se está para dirigirse a otro. Y eso siempre ocurre al leer. Dejamos todo lo inmediato para ir, por ejemplo, a la página de un libro y adonde ésta nos lleve.
Por eso, en mi parecer, todos los libros son libros de viajes. En algunos casos el viaje es expreso. Y, en otros, es menos explícito. Cuando el viaje es expreso, es muy rápido.
La idea de partir, de tener una partida, también está ligada a ser parte de algo, a participar. Viajar es, cuando menos, participar de un trayecto, de un recorrido, de un desplazamiento. Desplazarse, es decir, salirse de una plaza.
En ese desplazarse muchas veces se va de plaza en plaza, y es sabido que las plazas son lugares muy apropiados para leer un buen libro.
Es indudable que hay una estrecha relación entre un viaje, que es una travesía, y la literatura, que es una travesura del lenguaje.
Travesía y travesura son dos palabras emparentadas por su origen, por su etimología. Ambas provienen del latín transversus, que quiere decir algo así como a través de, lateralmente, de un lado a otro. Podríamos decir que tanto la travesía como la travesura son fenómenos que tienen lugar a través de algo. El viaje, a través de la distancia, y la literatura, en muchísimos casos, a través del verso. No en vano La Ilíada y La Odisea de Homero y tantos otros grandes libros de la literatura universal han sido escritos en verso. No en vano al viajar y encontrarnos en un espacio distinto del habitual muchas veces nos atrevemos a hacer travesuras que en el lugar en que vivimos no hacemos y no en vano al escribir y leer también nos embarcamos en situaciones que en la vida común tendríamos miedo de enfrentar. Y no en vano los escritores somos versados en algunas cuestiones y verseros en otras.
La literatura está muy relacionada con los viajes. Por eso es frecuente ver personas que leen en los vagones de los trenes o subterráneos, en los colectivos, en los barcos, en los aviones.
También por eso, una biblioteca o una librería son como una agencia de viajes. Y un libro es un tren, un barco, un auto, una bicicleta o un avión, que nos lleva a otro lugar. Sin pasaporte, sin visa y sin demasiados trámites ni gastos.
Los estudiosos de este tema sostienen que hay lecturas apropiadas para viajar en determinados medios de transporte; y otras, más indicadas para otros.
En ese sentido, lo más apropiado para leer en un viaje en avión son los libros que nos puedan ayudar a entrenarnos para el caso de que tengamos que realizar un aterrizaje de emergencia y poder caer a tierra bien y sin hacernos daño. Aquí se incluiría a todos los libros relacionados con caídas: la caída de la casa de Usher, Descenso y caída del Tercer Reich, La caída de la bolsa de valores, La caída del Imperio Romano y también Alicia en el país de las maravillas, en el que la protagonista cae misteriosamente en un mundo desconocido.
Para leer en viajes en barco, se sugieren libros en los que abunde la sílaba flo, de flotar, que es lo que nunca se debe dejar de hacer al navegar. Por ejemplo, se podría recomendar la guía de los museos de Florencia, Iniciación a la floricultura, Anecdotario de la calle Florida, la vida de Florence Nightingale, La familia de los tornillos flojos, Flor nueva de romances viejos, Floristán y Florinda, un amor a flor de piel y Tratado sobre las condiciones apropiadas para cantar contraflor al resto.
Para los viajes en tren, la propuesta son libros que incluyan de manera prioritaria justamente esta palabra monosilábica: tren. Entrenarse es vivir, Entren a un mundo nuevo practicando el ikebana, Guía telefónica de Trenque Lauquen, Trento y el enigma de su fundación, Cuanto más se adentren tal vez más se desconcentren, El estreno del trono bajo el estruendo de los truenos y otros.
Para quien quiera leer en un viaje en taxi, lo recomendable son libros en los que todo lo relacionado con sintaxis sea poco relevante. De lo contrario se corre el riesgo de quedarse sin taxis o a pie.
Y si hubiera alguien con la osadía necesaria para leer mientras anda en bicicleta, lo recomendable serían libros sobre ciclos de cualquier cosa: El ciclo de las estaciones, El ciclo de vida de la mariposa, Ciclos de la agricultura según los climas y otros por el estilo.
Por último, voy a referirme a una obra que para mí es arquetípica de los libros de viajes: La Odisea de Homero.
Odiseo o Ulises, nombre con que es más conocido entre nosotros, ha partido hace tiempo del hogar y lo añora. Ha combatido en Troya, se ha cubierto de gloria, y emprende el regreso al anhelado hogar. Para regresar tendrá que realizar un viaje largo, lleno de peripecias, aventuras, experiencias y, como todo viaje, con muchas posibilidades de aprendizaje. Ulises es el rey de Ítaca, que ha vencido en la guerra de Troya, y en el transcurso del viaje de regreso al hogar va perdiendo todo lo que había conseguido: la gloria, los honores, el botín, y finalmente, aun a sus compañeros y su nave. Lo que nunca pierde es su deseo de volver al hogar y su confianza en que eso es posible. El viaje se desarrolla de manera tal que para poder regresar a donde anhela deberá transformarse en pordiosero, es decir, en alguien que nada tiene.
Pero esa nada que tiene es también la sabiduría que fue adquiriendo durante el viaje y la fe en sus propias posibilidades de lograr lo que se propone. Sólo después de esa transformación podrá recuperar no solamente su hogar, a su esposa y a su hijo, sino también su trono.
Creo que todo buen libro nos deja de algún modo con las manos vacías cuando lo terminamos de leer. El mundo que habitábamos en él se desvanece y nos quedamos con nada. Pero esa nada, ese vacío, también nos hacen sentir plenos. El mundo en el que hemos vivido mientras leíamos ha desaparecido, pero nos ha dejado una experiencia que antes no teníamos. Esa nada es justamente lo que nos impulsa a querer leer otro libro, en un viaje, una odisea, en la que tendremos muchas aventuras y oportunidades de permanente aprendizaje y, por lo tanto, de transformación.

Adela Basch
Ponencia presentada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, 2003.